lo primero, empieza por observar tu cuerpo, y detecta la parte con la que te identificas. por ejemplo, mi espalda. desde niña mi columna está tan curvada como la carretera de despeñaperros. desde pequeña le he prestado tanta atención, que le tengo hasta cariño. mi espalda y yo estamos fuertemente vinculadas.
el siguiente paso es intentar comprender lo que este defecto físico refleja a nivel emocional. puede ser que necesito ser menos rígida y más flexible? puede ser que tengo un miedo profundo a desmoronarme? puede ser que quiero hacerme más pequeñita y pasar desapercibida?
tardaré años en resolver este jeroglífico, pero lo importante es abrir la mente a la reflexión.
por otra parte, qué me ha dado esta desviación de columna, mi punto débil? desde niña hacía natación para fortalecer los músculos, y así multiplicar la fuerza de apoyo de las vértebras fuera de sitio. he vencido la pereza de los baños en invierno, cuando salía de la pisci y el pelo se me congelaba (literalmente); he renunciado al recreo durante años, porque era tiempo consagrado a nadar, por lo que me ha enseñado a renunciar a relaciones sociales y a pelear sola. me ha enseñado que es mejor prevenir las contracturas, por lo que aprendí cómo proteger la espalda al cargar pesos, al moverme. me ha llevado a practicar yoga, por el respeto que tengo a mi cuerpo.
pero el desafío no termina. mi profe de yoga me ha sugerido que empiece a trabajar en "las posturas invertidas". significa que he de conseguir mantener el equilibrio de mi cuerpo serrano sobre la cabeza. significa que he llegado a un punto en el que mi espalda me pide que confíe en ella. sólo por una vez. que confíe en que ella puede sostenerme.
aplicado al deporte, mis deberes son olvidar mis prejuicios y olvidar mis miedos. son darle a mi espalda la oportunidad de demostrar que ella puede hacerlo. son empezar a confiar en que mi punto débil realmente se ha convertido en el arma secreta que me ha hecho conquistar el valor.
foto: anta, menorca
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